¿Qué estás pensando?, me pregunto mientras me pierdo entre mis recuerdos y un lamentable desasosiego, mientras bebo café y mantengo una mano en la adolorida espalda, mientras el largo cabello me abochorna y la barba me pica. De pronto, mi pulso se acelera, se me va el sueño y las ganas de conciliarlo, tengo ganas de correr hacia alguien o algo que no está ni sé qué o quién es. ¿Cuándo me sentí así por última vez? Miro incrédulo a la taza, sé que no fue el café; otros días he bebido litros y ahora apenas llevo media taza. Vaya que palpita con fuerza.
Días difíciles...
Eventos difíciles...
Noticias difíciles...
Me agobia un panorama del año que desearía quebrar a puñetazos, como si se tratase de un futuro en una ventana minuciosamente dibujado al que golpeo y golpeo sin que pase nada; una realidad de la que me gustaría despertar cual terrible pesadilla donde sueñas varios años de una vida mal lograda, pero ¿en qué año despertar? Me sorprendo, me rio y me doy miedo; no tengo una respuesta clara después de mucho recordar. ¿Y si desde la infancia? Aunque recuerdo muy poco de esos años, ese poco está tan detallado que me da pereza la idea de repetir, sé que no aprovecharía tal oportunidad como fantaseo.
¿Fueron sólo malas decisiones?
Antes creía que eran necesarios todos esos eventos para lo mucho que cambie, justificando el infortunio y las malas intenciones de otros; quizá sólo acciones desinteresadas de mí y de sus consecuencias en mí, quizá sigo justificando creyendo que nadie puede ser tan... Ahora los encuentro más que injustos. Y más que patéticos, pero no quienes se interesan sólo por sí mismos pues todos lo hacen en algún momento indeterminado de sus vidas, si no mis esfuerzos y mi terquedad por querer cambiar la realidad, a esas personas y sus acciones.
Incluso entre la tormenta y la penumbra tuve ratos de calma que sigo atesorando como un escuincle imbécil: como el recuerdo de la tibieza de besos bajo una tormentosa, fría y pesada lluvia que te hacen olvidar una posición completamente indefensa ante el mundo y los demás; el brillo del sol colándose a través del follaje en movimiento y de manos entrelazadas; de la brisa en las caminatas, del viento removiendo el cabello para ocultar sonrisas. Miro las palmas de mis manos vacías, ásperas, pálidas pero tibias, ¿valió la pena?
Recuerdo una ridícula y redundante queja: recuerdas demasiado el pasado.
Las personas en las que confió poco a poco se van yendo y me voy quedando ¿solo? ¿O solo ya estaba mientras intentaba evadir el hecho? Numerosas personas me contaron más de lo necesario de sus vidas y sus ideas. A veces creo que la confianza que muchos sienten para compartir esas cosas conmigo termina asustando a los confidentes de que sepa demasiado de ellos y que pueda hablar a sus espaldas, tantas veces pidiéndome ser un buen amigo, pero ¿cuántas veces fue eso correspondido? ¿Cuántas veces perdí mi tiempo, dejé planes por darle un espacio, por acudir a una charla, por acompañar un tiempo a personas que ya no están por decisión propia, sin peleas ni reclamos, ni traiciones ni regaños?
Otras personas me dicen que con el tiempo iré encontrando a esos "amigos" con las que realmente pueda desenvolverme mejor, ¿en qué? No lo he hecho todo, pero puedo decir que hice cosas que me apasionaron inmensamente, con amigos que escogieron su camino, y poco a poco las he dejado de realizar. A veces creo que pongo empeño y me apasiono en vano, sea lo que sea que haga. Recuerdo un ridículo consejo sinsentido: cuando un corazón en frenesí se quiebra suceden cosas raras.
Quizá hace falta volver a ello, aunque no le encuentre sentido, aunque me aburra, aunque destaque, aunque atraiga sin intención, aunque me parezca una pérdida de tiempo... Un tiempo que no puedo aprovechar, que no dejo de perder y con consecuencias que quizá nunca podré reparar. Quien diría que empezaría el año con un buen tropezón y un golpe en la cara justo empezando a correr. Mi esfuerzo no fue poco, mi intento no fue en vano, quizá adelante lo inevitable. Ojalá no acabe peor, ojalá pueda pensar en algo mejor.
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